viernes, 12 de octubre de 2012

My hometown, II


¡Sorpresa! Yo subo dos veces al año, por lo que parece... así que no os enredo más. Segunda parte de esto. Todavía queda una tercera (que no está acabada), pero no sé si será demasiado larga como para tener que dividirla finalmente en cuatro partes.

Sea como sea... ¡A leer!



 ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba? No veía nada, era incapaz de sentir nada, no escuchaba nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había hecho? No podía entender nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había pasado? Yo estaba conduciendo y... ¿habría tenido un accidente? No, no podía ser. Llovía a cántaros, sí, pero... ¿tanto?

No, eso no podía estar pasándome a mí. Tenía un concierto que dar esa misma tarde, debía recuperar la conciencia de mi cuerpo nuevamente, sino... ¿Qué pasaría, sino? No, no, no. Tenía que despertarme. Vamos, Dan, te espera el mejor concierto de tu vida en Bolton.

    – ¿Novedades? -Escuché al fin.

Tom. Ése era Tom. ¿Qué hacía él allí? Definitivamente... había pasado algo malo, algo muy malo pues estaban esperando novedades. Pero... ¿las había? ¿Qué significaría haber novedades? No entendía nada, pero tampoco lograba hacer o decir algo para hacerme notar.

    – Nada, Tom. Nada... -murmuró ella.

Georgia. Ésa era Georgia. Debía conseguir que me escuchara. Hacer algo, lo que fuera... pero ¿cómo? Sin ser capaz siquiera de sentir mi propio cuerpo, ¿cómo hacerle saber que quizá sí hubiera novedades?
No era normal. No era normal en absoluto, y seguía sin saber qué me pasaba. No podía moverme por mucho que lo intentara. Tampoco se podía decir que sintiera demasiado lo que hacía, pero si me hubiese movido aunque fuera un milímetro lo habría notado... ¿no? Llegué a pensar que solo quedaba mi cerebro servible pero... ¿qué cerebro?

    – No te preocupes. Estará bien -dijo con tal de animarla.
    – ¿Cómo sabes tú eso? -preguntó y... la voz se le quebró.

No. Joder, no. Eso era insoportable. Estaría bien, debía estarlo. No sabía ni qué era lo que me pasaba, pero tenía que estar bien fuera como fuese. Tampoco sabía dónde me encontraba, pero no podía quedarme allí quieto... literalmente.

    – Supongo... que el corazón nunca miente.
    – Espero que tu corazón sea fiable... -intentó bromear- ¿Puedes quedarte aquí? Me estoy poniendo mala...
    – Claro. Abajo está Gi con... Kathy.
    – Voy a verlas -informó-. Dan, cariño, tienes que despertarte -susurró en mi oído y besó mi mejilla.

Besó mi mejilla. Noté esos labios que tantas veces había besado y tantas veces me habían besado. Entonces... podía confirmar que existía. Eso era un gran paso teniendo en cuenta que no sentía el resto del cuerpo, pero mi misión ahora era hacer ver a Tom que mi mente seguía donde fuera que estuviéramos.

No era muy bueno calculando el tiempo, pero pasé mucho, muchísimo tiempo intentando moverme. Habría bastado con un simple temblor, un murmuro ininteligible... pero no era capaz de nada. Por mucho que intentara mover cada uno de los músculos de mi cuerpo, hasta los que desconocía su nombre, seguía sirviendo en vano.

Estaba desesperado. No sabía qué más hacer, y estaba seguro de que un mar de sudor recorría mi frente en aquel momento por los esfuerzos que estaba haciendo. Y se me encendió la bombilla en aquel momento, pero Tom no pareció percatarse tampoco de ese detalle.

Y cuando ya no podía más conmigo mismo, escuché cómo la puerta del lugar en el que me encontraba se abría. Ése debía ser mi momento. Posiblemente tuviera más ojos observándome, o quizá no y Tom me hubiera dejado solo... No, eso era improbable; Tom nunca, nunca, me dejaría.

    – ¡Danny! -gritó, entonces, Dougie.

Dougie. Dougie, Dougie, Dougie. Ése era Dougie. Él debía verme, ¿verdad? Había notado algo raro en mí, seguro. Quizá hubiera funcionado lo de sudar o... ¡qué sé yo! La cuestión es que había gritado mi nombre y ahora ya eran dos los que estaban pendientes de mí.

    – ¿Qué ocurre, Doug? -Escuché que le preguntaba Harry.

Genial. Perfecto. Estábamos los cuatro. Debían creerme. Tenían que ver que estaba bien, que no tenían que preocuparse más por mí. Dougie me había visto; Tom lo creería; con Harry sería distinto... pero lo intentaría igualmente.

    – Se ha movido -dijo-. Bueno, sólo han sido los labios, pero eso es moverse ¿no?
    – ¿Danny? ¿Dan, estás ahí? -me preguntó Tom, agitado.

Claro que estoy aquí, Tom mío. Había conseguido moverme. Dougie dijo que había movido los labios... eso era genial. El enano, muy en el fondo, se preocupaba por mí tanto como yo lo hacía por él y había estado pendiente de mis posibles movimientos aun con solo dos segundos de estar en el lugar donde me encontraba.

    – ¡Llama a un médico! -gritó Tom.

Lo había conseguido. Me habían escuchado. Lo había conseguido y... no podía sentirme más feliz.

De golpe la habitación se agitó y comencé a escuchar ruidos de pasos, enfermeras y doctores hablando, sonidos extraños... Seguía sin sentir nada de cuello para abajo, pero podía escucharlo completamente todo. Aunque lo de entender ya era otra cosa muy distinta. ¿Por qué se complicarían tanto la vida buscando nombres incomprensibles para definir el estado en el que se encontraban sus pacientes?

Por fin se fueron y me dejaron solo con... no sabía con quién. Podría haberlo descubierto si hubiera conseguido volver a moverme, pero mi cuerpo volvía a ser tan inútil como de costumbre. Perfecto, ahora era incapaz de decidir cuándo moverme y cuándo no. Comencé a frustrarme.

    – Ha fruncido el ceño -informó Harry.

Genial. Un nuevo movimiento. Volvía a tener su atención. Enfadarse implicaba fruncir el ceño... pues vaya tontería, si lo había hecho toda la vida.

    – Ahora sonríe -dijo, divertido, Dougie.
    – Danny, ¿me oyes? -me preguntó Tom; su voz sonó más cerca de mi oído.

Claro que lo oía, llevaba horas, o el tiempo que fuera, escuchándolo, pero era él el que no me hacía caso, mi querido Thomasito.

    – Otra vez frunciendo el ceño. Éste se ha vuelto más tonto de lo que era -dijo Harry.

Y yo me deshuevaba por dentro, claro que sí. Nunca dejaría de ser tan graciosísimo el hombre.

    – Parece como si nos hablara, pero... no lo escuchamos -razonó Tom en alto-. Danny, escucha. Hum... vuelve a fruncir el ceño si nos escuchas.
Y lo hice. O al menos era lo que quería hacer.
    – Bien... ¿Crees que podrás abrir los ojos? Inténtalo, por favor. -Fue más una súplica que una petición.

Demasiado difícil. Nunca creí que algo tan simple como abrir los ojos pudiera llegar a costarme tantísimo, pero lo hizo. Lo intentaba con todas mis fuerzas, pero lo único que conseguía era... volver a fruncir el ceño porque me frustraba no poder ni abrir los ojos.

Y cuando al fin lo conseguí, tuve que volver a cerrarlos porque la luz me cegó.

    – ¿La luz? -preguntó Tom adivinando mis pensamientos, por lo que intenté asentir... y lo conseguí-. Apágala, Haz -le dijo, y éste obedeció.

Cuando escuché el clic del interruptor abrí los ojos definitivamente y ahí me lo encontré. Tom. Me miraba sonriente, como nunca antes lo había visto, y vi también cómo una traicionera lágrima recorrió su rostro rápidamente, pero ni se molestó en ocultarla, por lo que la vi brillar cuando llegó al final de su inmensa mandíbula.

    – ¿Sabes el susto que nos has dado, cacho de maricón? -escuché decir a Harry.

Y ahí estaba él también, a los pies de la camilla en la que yo estaba tumbado, mirándome igual de sonriente que Tom. Y al lado estaba el enano. ¿Eran sólo cosas mías o su pelo parecía más oscuro de lo normal?

    – Ahora viene Kathy, ha ido a llamar a Vicky para que venga también -me informó Tom.
Yo me limité a asentir.
    – ¿Te has quedado mudo? -bromeó Dougie.
    – ¿Y tú has encogido?

Mi voz sonó más ronca que nunca, y todos nos dimos cuenta. ¿Cuánto tiempo llevaba sin hablar? ¿Cuánto había pasado desde que estaba postrado en aquella camilla?

    – Hay que ver lo gracioso que te has vuelto en tres días, ¿eh?
    – ¡¿Qué?! ¡¿Tres días?! -pregunté, alarmado.
    – Sí, Danny, sí -respondió Tom con cansancio.
    – Pero... no me he dado cuenta... -murmuré. Era incapaz de comprender la situación.
    – Normal, estabas inconsciente -dijo Harry. Supuse que era mejor también que fuera así de directo.
    – ¿Inconsciente? ¿Estáis seguros de que han sido tres días? No, no, no. Que yo tengo que tocar en Bolton... ¿Qué coño ha pasado? -pregunté, demasiado rápido.
    – Tranquilo, Dan -dijo Tom y me acarició...

No. Podía ver cómo su mano estaba apoyada en mí, pero no la sentía. ¿Qué estaba pasando? Su mano rozaba mi brazo lleno de tinta, lo estaba viendo con mis propios ojos. ¿Por qué no lo podía sentir?

    – Harry -murmuré, realmente asustado.
    – ¿Qué pasa, Dan? -preguntó, preocupado por mi expresión, y se acercó lentamente a mí.
    – Pégame todo lo fuerte que puedas en cualquier sitio... excepto en la cabeza -le pedí.
    – Danny, no voy a...
    – ¡Hazlo! -le corté, gritando a todo pulmón.

Obedeció. Hizo lo que le pedí, y pareció que lo había hecho bastante fuerte. Mi pierna derecha debería estar ardiéndome de dolor, pero... ni un soplido de aire. Sabía que me había golpeado, había sonado, incluso, pero no: era incapaz de sentirlo.

    – Ésa... ¿Ésa es toda la fuerza que tienes? -le pregunté, espantado.
    – ¿Qué coño está pasando, Danny? -preguntó, esa vez muy serio.
    – No lo siento -informé-. No siento ni que Tom me acaricie ni que tú me pegues -añadí en a penas un susurro.
    – ¿Estás seguro? -preguntó Tom, aterrado.
    – Que le pegue a Dougie igual, a ver si le hace daño -ironicé, pero el idiota lo hizo.
    – ¡Au! -se quejó el enano, y se la devolvió.
    – ¡Parad, joder! -gritó Tom-. Danny, ¿no sientes nada... de nada?
    – Nada.

Sentí cómo mis lagrimales comenzaban a acumular aquel salado líquido que tan pocas veces había sido capaz de derramar. ¿Qué me estaba pasando? ¿No podría volver a moverme, a sentir? No. No podía ser cierto. Me negaba a creerlo...

La habitación volvió a llenarse de médicos y me hicieron más y más pruebas. Siempre preguntaban lo mismo, y siempre era la misma respuesta que salía de mis labios, lo único que en aquellos momentos era capaz de mover. No siento nada de cuello para abajo. Nada repetía una y otra vez.

Quería que todos esos desconocidos se fueran, que me dejaran con mi familia, con Georgia, con mis amigos... No quería médicos a mi alrededor, no los necesitaba; ni a ellos ni a todas las máquinas que me estaban conectando no sabía para qué. Quería que se fueran, no los necesitaba, y les habría pegado dos hostias de haber podido para que se largaran. Pero no, no podía hacer nada; no podía moverme... y nunca volvería a hacerlo.

No podría volver a escribir una canción, ni tocarla con la guitarra. No podría volver a dar un concierto, y nunca lo haría en mi ciudad. Nunca podría abrazar de nuevo a las personas a las que quería y sentirlas como deseaba poder hacer.

Los médicos por fin me dejaron sólo, y me encontré frágil y sin defensa alguna en aquella maldita habitación en la que nunca debería haber entrado. Y esperé por el bien de todos los trabajadores del hospital que los dejaran entrar a todos a la vez, porque los necesitaba. Le pediría a Harry que les diera a todos una paliza, o que les denunciara, o lo que coño fuera, pero los quería a todos allí y en aquel preciso instante. Y estaba seguro de que no tardarían en llenar la habitación tan blanca en la que me encontraba.

La primera en entrar fue Vicky, y la siguieron todos los demás. Mi madre, Georgia, Tom y Giovanna, Harry, y Dougie. Uno a uno vinieron a abrazarme aunque sabían que yo no podría hacerlo. No podría volver a sentirles como antes hacía y nunca supe valorar.

Todos me abrazaron, excepto Tom. Él se quedó en la esquina más apartada de donde todos estaban, y no saber qué era lo que pasaba por su cabeza en aquellos instantes me disgustaba. ¿Qué le ocurría? Pero no le presté mucha más atención a ello; necesitaba disfrutar de la compañía de todos los seres a los que más había querido en la vida.

    – Ahora os toca explicarme porqué huevos estoy aquí -dije.
Se miraron unos a otros con los ojos abiertos como platos, pero nadie dijo nada.
    – Por favor -susurré esa vez dirigiéndome a Georgia, que estaba sentada en un sillón a mi derecha.
    – Tuviste... tuviste un accidente, cariño. -Acarició mi mano con ambas suyas y deseé poder sentirla, acariciar su mejilla y decirle que todo estaba bien, pero eso ni yo mismo lo creía.
    – Vale. ¿Algo más que deba saber? -Miré a Dougie; él lo soltaría a la mínima.
    – La carretera estaba mojadísima y había poca visibilidad, eso sumado a tu falta de cerebro y por tanto de control general hizo que te salieras del andén. Dicen que diste entre tres y cinco vueltas de campana y que no saben ni cómo puedes hablar.

La sala se llenó de miradas de reproche y enfado. El pollito lo largaba todo fuera o no malo y tuve que aprovecharlo para saber cuál era el motivo de estar yo allí aunque a la hora de la verdad, no me gustara en absoluto. Harry casi lo asesinó con la mirada, en cambio, Georgia, mi madre, Vicky y Giovanna lo miraron como si, efectivamente, no tuviera remedio; Tom no parecía estar allí, mi cuerpo se marchó con su mente, y viceversa, su cuerpo se quedó allí, cual estatua, y mi cabeza estaba que echaba humo por la de barbaridades que se me estaban ocurriendo decir.

    – He tenido suerte, ¿no? -ironicé.
    – Danny... -comenzó mi madre con lo que no llegó a ser ni un hilo de voz.

A penas me había dirigido unas pocas palabras; dos seguidas ya eran muchas para el nudo que tenía en la garganta. Además sus ojos estaban hinchadísimos, rojos de las lágrimas. Los otros habían intentado aguantar, pero supongo que como el amor de una madre no hay ninguno, y si uno de tus hijos ha dejado de moverse para siempre...

    – Que sí, que sí -la corté yo-. Es una suerte que siga vivo y todas esas mierdas; si yo estuviera ahora mismo muerto no querría veros las caras, sinceramente, pero ¿creéis que es divertido estar así? Enfadaros si queréis, pero en estos momentos preferiría estar en una puta caja de madera enterrado en cualquier cementerio.

La sala se quedó en un silencio sepulcral. Quizá no tendría que haber dicho las cosas como las dije, pero lo hice, y lo hecho, hecho está. Me arrepentí al instante en cuanto todos explotaron a llorar, pero no volvería atrás, obviamente.

Poco a poco fueron saliendo tras la conmoción, pero cuando Giovanna fue a decirle algo a Tom, éste despertó de la pesadilla en la que había se había sumergido y se acercó a mí a paso decidido, se sentó en el sillón de mi izquierda y fue lo que le indicó a Gi que quería unos minutos a solas conmigo, por lo que lentamente cerró la puerta después de despedirme con la mano -gesto que no pude corresponder mas que con un asentimiento y un amago de sonrisa-.

    – No lo haré, Danny -murmuró.

Que estuviera a mi lado no significaba, en absoluto, que me hubiera dirigido una mísera mirada desde que los médicos confirmaron -a mi parecer- lo peor que me podía pasar. Me dolía aquella actitud suya, y más aún que me hubiera leído el pensamiento para darme una negativa como aquella.

    – ¿Me dejarás que siga, entonces, con esta mierda?
    – Pídeselo a otro -se limitó a responder él.
    – No hay otro que valga, Tom.
    – Pues lo siento. Me niego a perderte por completo -sentenció.

No me dejó decir nada más: desapareció. Se levantó rápidamente del puesto que había ocupado y se fue corriendo ante mi perplejidad. Se fue llorando, me dejó solo como nunca hubiera imaginado, y lo hizo habiéndome dicho que no me ayudaría. Y si Tom no lo hacía, no lo haría nadie.

Quedarme tetrapléjico fue como asesinarme: una puñalada por la espalda, una bala directa al corazón. Cierto era que la culpa fue únicamente mía, pero eso no aliviaba el dolor interior que sentía -aunque me hubiera gustado poder sentir daño físico por extraño que parezca-. ¿Qué haría yo sin música? ¿Cómo me desahogaría simplemente con coger la guitarra, o la armónica? ¿Qué vida se suponía que me esperaba sin poder volver a dar un concierto? ¿Cómo podría superar yo aquéllo?

Eran demasiadas las preguntas que se agolpaban en mi interior, pero no habían respuestas porque no quería buscarlas; no quería vivir sin poder ser el Danny Jones que había sido hasta entonces. ¿Qué habría de las noches de sexo desenfrenado? Porque sí, podía ponerme lo sentimental que hiciera falta con la música y los abrazos a mis seres más queridos, pero dos tetas tiran más que dos carretas de toda la vida, y al pecoso de McFly por excelencia no le podía faltar su dosis de sexo diaria...

Mi propio infierno había comenzado y todos lo sabían. Quizá intentaran hacerme la existencia más amena; asegurarme que no todo estaba acabado, que quizá se arreglaría, pero todo sería mentira y una sencilla mierda.

Danny Jones había muerto físicamente.



¿Comentario? ¿"Me gusta"? Prometo que cuantos más hayan más ràido subiré el siguiente.